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LA ACELERACIÓN INFLACIONARIA

La escuela monetarista, lo mismo que la más moderna corriente neoliberal, la del Consenso de Washington, presenta una explicación muy simple de la inflación, la cual repiten como un mantra muchos, demasiados, de los economistas que desfilan por nuestros medios de comunicación: la inflación se debe a que el Estado gasta mucho, y financia su déficit fiscal con emisión monetaria, haciendo que la cantidad de dinero en la economía crezca más que la cantidad de bienes y servicios disponibles, lo que produce los aumentos de precios, por exceso de demanda.

Esta explicación tiene la ventaja de ser tan simple que cualquiera puede entenderla; pero presenta el defecto de ser falsa.

El exceso de dinero en el mercado puede producir inflación, pero sólo si existe pleno empleo, es decir, si no hay capacidad instalada ociosa, y la fuerza de trabajo disponible se encuentra ocupada en su casi totalidad.  Si, como ocurre hoy en Argentina, hay una alta desocupación de capacidad productiva y de trabajadores, una emisión adicional de dinero debiera generar un aumento de la producción, y no de los precios.  Esto es Keynes, simplemente. 

Por otra parte, es perfectamente posible tener alta inflación sin emitir dinero: desde que comenzó en 2018 el maridaje de Macri con el FMI, en Argentina hubo una emisión monetaria casi nula, no obstante lo cual, la inflación trepó de un 31% anual en 2017, a más del 47% en 2018, y al 53,8% en 2019.  En cambio, en 2020, debido a la pandemia, hubo una fuerte emisión monetaria, y sin embargo, la inflación de ese año descendió al 36,1%.  Esta realidad derrota, por sí sola, la simplista teoría de que la inflación se debe a la emisión de dinero: el monetarismo no tiene forma de explicar por qué la contracción monetaria de 2018 y 2019, lejos de reducir la inflación, permitió que se acelere.

La inflación latinoamericana es un fenómeno complejo, multicausal, muy bien analizado desde hace más de 6 décadas por la escuela estructuralista, cuyos máximos exponentes fueron economistas argentinos.  En base a sus categorías, trataremos aquí de explicar, aunque sea parcialmente, la aceleración inflacionaria que sufrimos entre octubre 2020 y febrero 2021, como un modesto aporte a un tema que es bastante polémico.  En efecto: la inflación, que entre febrero y septiembre del año pasado promedió 2,2% mensual, entre octubre 2020 y febrero 2021 se aceleró al 3,7% mensual, tendencia que continúa en marzo.

Una de las causas estructurales que impulsan la inflación son los aumentos en precios clave, como el dólar, las tarifas o los combustibles. Pero en ese período de aceleración inflacionaria, las tarifas no aumentaron, el dólar no creció más que los precios -se limitó a acompañarlos-, y los combustibles aumentaron sólo un 1% más en promedio, con lo cual, este conjunto de variables clave contribuyó más a ralentizar la inflación que a acelerarla.  La única causa genuina que justifica cierta alza de precios es el aumento internacional de los comodities, particularmente el trigo, el maíz, y la soja, desde junio de 2020.  Ello explicaría aumentos en el pan, los farináceos, los aceites y las carnes, pero no justifica los aumentos en otros bienes.  El resto del mundo sufrió los mismos incrementos en esos costos, pero en ningún país los precios se aceleraron como en el nuestro.  En EEUU, por ejemplo, la inflación promedio mensual, entre los mismos períodos, creció 0,1%, contra 1,5% en estas pampas.

Entonces, ¿por qué el salto inflacionario de estos meses?  Veamos algunas probables razones:

1)  Las expectativas de inflación: a partir de abril de 2020, el dólar paralelo, que no tiene incidencia real en los costos de la canasta familiar, subió fuerte, con alta volatilidad. Eso generó expectativas de devaluación del tipo de cambio oficial y, consecuentemente, de mayor inflación.  Esas expectativas harían que los formadores de precios se anticipen a una supuesta inflación futura, adelantándola.  Después, la devaluación esperada no se produjo, y el dólar paralelo bajó fuerte, pero los precios no volvieron al nivel anterior, y ni siquiera desaceleraron su crecimiento.

Colaboran también en la creación de expectativas inflacionarias las consultoras, que durante el período 2016-2019 siempre subestimaron la inflación, pero a partir de enero de 2020 la sobrestimaron sistemáticamente.  Por último, ciertos importantes actores políticos y mediáticos también suelen contribuir para acelerar las expectativas inflacionarias, produciendo ese mentado fenómeno de la profecía que se auto cumple.

2)  La reacción visceral contra los controles de precios de los grupos económicos concentrados: el temor a que el gobierno amplíe o profundice los controles de precios, o la mera convocatoria de las autoridades para hablar del tema, produciría también aumentos preventivos, de manera de llegar a la situación tan aborrecida con un colchón extra de rentabilidad.

3)  Por último, seguramente el mayor disparador de esta aceleración inflacionaria haya sido la recuperación de la demanda que operó gradualmente desde mediados del año pasado.  Teniendo Argentina una capacidad ociosa industrial de alrededor del 40%, el incremento de la demanda debiera haber sido el motor para una reactivación, en la cual las empresas aumentan sus ganancias no sólo por el incremento de sus ventas, sino también porque, al dividir sus gastos fijos por una mayor cantidad de unidades vendidas, bajan sus costos unitarios, aumentando la tasa de ganancia.  No obstante, parece que con todo eso no alcanza, y el aumento de la demanda suele ser un disparador para el incremento injustificado de los precios, con lo cual no sólo se acelera la inflación, sino que la economía crece mucho menos.  Los costos medios bajan poco, porque las empresas no aumentan sustancialmente su producción, y nadie progresa, tampoco los oferentes concentrados que irresponsablemente impulsaron la inflación, porque con ese comportamiento irracional ni siquiera logran mejorar su ya óptima posición relativa.  Sería una especie de “reflejo de Pavlov” del empresariado argentino.

La alta concentración que caracteriza a la oferta en el mercado local, muy especialmente en artículos de primera necesidad, como alimentos, productos de limpieza e higiene personal, no produce inflación por sí misma.  Pero en el corto plazo, cuando las empresas concentradas incrementan los precios más allá de toda lógica económica, la inflación se acelera, y su comportamiento arbitrario no es sancionado por el mercado, justamente por su carácter de oferentes oligopólicos, es decir, porque no tienen una competencia con volumen suficiente para quitarles participación de mercado.  Hace falta, entonces, una actuación racional de todos los actores, como la que el gobierno nacional impulsa en estos días; si eso no se logra, el país quedará atrapado en la inflación y el estancamiento.

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Las notas publicadas son colaboraciones ad-honorem. Propiedad intelectual en trámite. Los artículos firmados son responsabilidad del autor y no representan la línea editorial de la publicación. Se pueden reproducir citando la fuente. 

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