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Después de la paliza a las organizaciones obreras con que se festejó el Centenario, el mundo sindical cambió radicalmente. Los anarquistas prácticamente desaparecieron como organizaciones sindicales, aunque mantuvieron sus locales de reunión y sus imprentas. Los sindicalistas revolucionarios y los socialistas crecieron. Pero lo que también había cambiado para 1912 era el contexto económico por un lado y, mucho más, el contexto político.

Los distintos gobiernos conservadores, con sus componendas, sus fraudes electorales y su absoluta indiferencia hacia los trabajadores, se caía a pedazos. Lo que también había cambiado era el partido radical, que había organizado sus comités a lo largo y ancho del país y había conseguido un líder indiscutido y admirado.

El presidente Roque Sáenz Peña, después de tres reuniones con don Hipólito se decidió a hacer aprobar la ley del voto “universal”, secreto, obligatorio y por padrón militar. A las primeras elecciones según la ley Sáenz Peña, la ganaron los radicales (Santa Fe, Capital Federal y Buenos Aires). Los conservadores se despertaron del sueño de que podían ganar en elecciones limpias y entraron en la pesadilla del ocaso.

Los que se dieron cuenta de que la mano había cambiado para ellos fueron los trabajadores y los sindicalistas. En 1913, hubo un aumento desmesurado del precio del pan y los demás alimentos, mientras los salarios quedaban en la estacada. Los comités radicales inventaron el “pan radical”, de menor calidad, pero más barato que el que se vendía en los comercios. Como aquellos eran años inflacionarios, cuando ya eran gobierno, hicieron bajar el precio del azúcar de 90 a 43 centavos el kilo. Se lo vendía en mercados comunitarios y en comisarías.

Presionando a los fabricantes se consiguieron zapatos baratos, trajes y hasta sobretodos. Lo mismo se hizo con la carne. En 1916, el precio de los alquileres comenzó a subir a las nubes: en ese año un depto. de 1 ambiente se conseguía por 16$ mensuales, en 1920 costaba 38$. El gobierno radical fijó el precio en 29$ y ya no hubo aumentos anuales. Así, sin que figurara en su programa inicial (república, federalismo, honestidad) la cuestión social candente y la intuición política de Yrigoyen daban origen al populismo, que los conservadores llamaron por mucho tiempo “demagogia”.

La relación de don Hipólito con los sindicalistas y los obreros se hizo personal, esto quiere decir que los pasillos de la Casa Rosada y la sala del domicilio particular del líder se llenó de gente de clase media para abajo, para espanto de la paquetería nacional: “¡peludo demagogo!”.

Yrigoyen mediaba en las huelgas parciales o paros generales a través de comisarios o jefes de policía (él mismo fue comisario por varios años en Balvanera, en su juventud) o de sindicalistas de su confianza. Entre todos ellos se destacó el “Gallego” García, secretario de la UOM (Unión Obrera Mercante) uno de los sindicatos más importantes, junto con los Ferroviarios, los Portuarios y los Municipales. La FORA IX (Federación Obrera Regional Argentina del IX Congreso), de los sindicalistas revolucionarios pasó de 70 organizaciones confederadas en 1916 a 199 al año siguiente y sus aportantes voluntarios de 3292 a 11994.

Pero si las gestiones personales del presidente hacían valer los reclamos de los trabajadores, los problemas se presentaban cada vez que el Ejecutivo mandaba un proyecto “populista” o “nacionalista” al Congreso de la Nación. Es que no tenía mayoría en Senadores y esta cámara, con mayoría conservadora, obstruía todo lo que podía: lo hacían los conservadores, los socialistas y hasta los radicales antipersonalistas, que luego se verá quiénes eran y para qué servían.

En 1918 el Ejecutivo envió un proyecto sobre descanso dominical: nunca se trató. En 1919 fueron enviados a tratamiento tres importantes: 1º) sobre conciliación y arbitraje de los conflictos obreros, 2º) sobre asociaciones profesionales “para el estudio, desenvolvimiento y protección de los intereses profesionales”, 3º) sobre contratos colectivos de trabajo, para la discusión entre patrones y trabajadores con intervención del Departamento Nacional del Trabajo. Ninguno de los tres se trató. Es que ni los conservadores ni los patrones habían muerto y obstruían y obstruían. Esos tres proyectos no fueron tratados, pero quedaron esperando a Perón.

Hubo mucho más, a menudo quedaban parados, a veces algo salía. En el mismo 19 el Ejecutivo reglamentó el trabajo en obrajes y yerbatales, que se realizaba en condiciones inhumanas. La ley 11.728 fue aprobada seis años después, no sin soportar el veto “antipersonalista” del presidente Alvear.

A la ley de jubilaciones que quería ser universal y para todos los trabajadores (sólo existían jubilaciones a los empleados nacionales y a los ferroviarios) le hicieron sufrir en las legislaturas más que lo que Caín hizo sufrir a Abel. Primero fue aprobada y en seguida derogada. Finalmente recibió el golpe de muerte en 1925. Los asesinos fueron la Unión Industrial, los socialistas y los radicales antipersonalistas. A esta no la defendieron ni los trabajadores, puesto que, si bien les atraía una vejez protegida en el futuro, tenían que aportar para ello en el presente. Próxima entrega: “la Semana Trágica”.

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