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EL SALVAVIDAS DE PLOMO

Vale la pena, me parece, repasar cómo llegamos a esta deuda impagable con el Fondo Monetario Internacional, respecto de la cual, desde los mismos medios que apoyaron al gobierno que la tomó irresponsablemente, se le exige al actual que la arregle cuanto antes.

A principios de 2018, el Messi de las finanzas viajó a los Estados Unidos para llevar a cabo, otra vez, una misión muy agradable: conseguir dinero de otros (fondos de inversión extranjeros, atiborrados de dólares), para beneficio propio y de sus cómplices, y para ser devuelto por otros “otros”, en particular, el pueblo argentino. No hay negocio más fácil, en la vida, que un acuerdo entre dos para que pague un tercero.

Pero algo salió mal en ese viaje: los que ponían la plata le avisaron que esa sería la última vez, y que de ahí en adelante, la “lluvia de inversiones” (financieras, especulativas y usurarias) se iba a transformar en sequía. Argentina, a pesar de su entusiasta neoliberalismo y su complacencia con los mercados financieros, ya era sospechada de no poder devolver lo que se le prestaba. En poco más de dos años ese gobierno había transformado un país con una deuda pública baja (52,6% del PBI) y perfectamente sostenible, en insolvente. El capital financiero internacional puede ser cualquier cosa que queramos decir de él, menos tonto.

¿Y ahora quién podrá ayudarnos?, se habrán preguntado, ante esa inesperada revelación, los que vivían de prestado. Había llegado el momento, antes de lo esperado, de recurrir al prestamista internacional de última instancia: el FMI.

Nadie se sorprenda de que el Fondo vaya presuroso a prestarle dinero a un país insolvente. Como explica muy bien Joseph Stiglitz en su libro “El malestar en la globalización”, el FMI, cooptado por los intereses de Wall Street, acude al rescate, no del país, sino de los acreedores, para que puedan recuperar el dinero mal prestado cuando la codicia por las altas tasas de interés nubló su percepción del riesgo. Igual, el riesgo no es tal, porque saben bien que el Fondo va a aparecer en su auxilio, como hizo con Rusia en los últimos años del siglo pasado, y tantas otras veces.

Así, el FMI aportó a la Argentina 44.500 millones de dólares a sabiendas de que no se iban a poder reembolsar en las condiciones pactadas. Lo hizo para rescatar a los prestamistas, pero también para financiar la campaña de reelección del gobierno que les había dado tan jugosas ganancias; y si esa reelección no se lograba, el préstamo impagable serviría para condicionar al gobierno que viniera. Prestó semejante suma por expresa decisión del Departamento del Tesoro norteamericano –que responde a los mismos intereses, los de Wall Street-, y contra la opinión de los representantes europeos. Ese dinero permitió que poderosos acreedores extranjeros de deuda en pesos, cuyas tasas eran aún más altas que los ya usurarios intereses en dólares, pudieran sacar su dinero del país con enormes ganancias, porque la venta en el mercado de cambios local de esos 44.500 millones de dólares permitió mantener la cotización a raya, de modo que los especuladores no perdieran con una fuerte devaluación, que hubiera resultado inexorable de no mediar ese abultado desembolso, record en la historia del Fondo. Por supuesto, esos miles de millones se fugaron al ritmo que entraron, y el pueblo argentino se quedó con la deuda.

¿Y qué hubiera pasado si el Fondo no hubiera venido al rescate? Deberíamos 53.000 millones de dólares menos (44.500 más intereses), ese gobierno hubiera entrado inmediatamente en default, y el tipo de cambio se hubiera disparado, absorbiendo las ganancias de los especuladores que estaban en pesos, o tal vez haciéndolos perder dinero. Se hubiera producido una devaluación algo mayor a la que sucedió después, pero dejando una deuda muchísimo menor. Y lo más importante: si no fuera por esa deuda con el FMI, Argentina podría decidir hoy su política económica con total autonomía.

El actual gobierno está renegociando ahora ese préstamo, contraído en abierta violación a los estatutos del Fondo, que prohíben financiar la fuga de capitales, y a la Constitución Argentina, que exige que todo endeudamiento sea aprobado por el Congreso, por donde el acuerdo con el FMI jamás pasó.

¿Debemos pagar esta deuda doblemente ilegal? Lamentablemente, la conveniencia o necesidad de hacerlo no depende, en la práctica, de si es justa o injusta, sino de la correlación de fuerzas internacional. Y eso lo deben definir quienes conocen bien dicha relación.

La deuda ha sido usada históricamente (desde aquel desgraciado empréstito de la Baring Brothers, de 1824, a la flamante Provincia de Buenos Aires, que recién terminó de devolver el gobierno del general Perón en 1947), para condicionar a los países periféricos y obligarlos a insertarse en el esquema de división internacional del trabajo como proveedores de materias primas, dejando la ciencia, la tecnología y la producción industrial exclusivamente para los países centrales. Otros empréstitos siguieron a ese, siempre con la misma finalidad. Por eso y para eso, el neoliberalismo nos endeuda; y también por eso Néstor Kirchner le devolvió al FMI en 2006 aquellos 9.800 millones de dólares, en un acto histórico tendiente a recuperar soberanía. Porque la deuda genera dependencia, y aquí buscamos la LIBERACIÓN.-

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Las notas publicadas son colaboraciones ad-honorem. Propiedad intelectual en trámite. Los artículos firmados son responsabilidad del autor y no representan la línea editorial de la publicación. Se pueden reproducir citando la fuente. 

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