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ENTERRANDO A YRIGOYEN – DE CÓMO LO PENSARON LAS MASAS

En 1930 fue derrocado, falleció en 1933 y una enorme masa funeraria acompañó sus restos. “La Década Infame”, lo que siguió, cambiaría absolutamente la situación política del país y de las clases populares.

Es una constante uniforme, impresionante, la constatación de que la teoría política, los historiadores y los políticos mismos, coinciden en pensar que “la masa”, “la plebe”, “el vulgo”, el “pueblo bajo” o “el pueblo”, como se les ocurra llamar a la cosa, padece de una minusvalía. Tratan a las multitudes como menores de edad, puramente emocionales, necesitadas siempre de “Pastor”, “Líder”, “Caudillo”, “Conductor” que los conduzca y piense por ellos. Desde Platón en su “República”, pasando por el Jesucristo de los Evangelios (el pastor y sus ovejas), la “Ciudad del Sol” de Tomasso Campanella, “El Príncipe” de Maquiavelo, “El Tratado Teológico Político” de Spinoza, “El Contrato Social” de Rousseau, la Constitución Argentina: “El pueblo no delibera ni gobierna sino por medio de sus representantes” y hasta Perón en “Conducción Política”: “las masas no piensan, las masas sienten, es el Conductor el que, al darles una Doctrina, convierte a las masas en pueblo”. La última, y peor versión de este paradigma que atraviesa los tiempos es el increíble y reciente Durán Barba.

Yo quiero mostrar, en esta entrega, la evidencia de que los hombres comunes, como usted y como yo, que nos manifestamos como masa electoral cuando votamos, masa funeraria cuando enterramos a Yrigoyen, Evita o Perón, masa festiva cuando concurrimos a Ezeiza a recibir a Perón, masa demandante el 17 de octubre del 45, etcétera, no sólo sentimos, sino que también pensamos y actuamos, si nos dejan, sintiendo y pensando al mismo tiempo. Reflexione el lector: si alguna vez fue parte de una manifestación, nunca se sintió una oveja en un rebaño, individuo masa que sólo siente, sino un individuo a secas que decidió participar. El homo sapiens sapiens, que pensaba y sabía que pensaba, dejó de ser mono gracias a ello. En su larga historia de 400.000 años, apenas en los últimos 5.000 el hombre aceptó tener “conductores”, es decir, minorías que gobernaran a las mayorías, y no en virtud de un imaginario “Contrato Social”, sino a lo largo de una larga lucha de resistencia a renunciar a la libertad del grupo asambleario que era, para los hombres prehistóricos, el modo habitual de tomar decisiones. Los hombres de la prehistoria no eligieron al Estado, fueron sometidos por éste. Volvamos a los tiempos de Yrigoyen.

En las primeras décadas del siglo XX, el pueblo tuvo ante sí, la posibilidad de elegir no entre dos formas de dejarse gobernar (gobierno conservador o radical), sino cinco: a aquellas dos, se sumaban la propuesta anarquista, la socialista y la comunista.

En los artículos anteriores hemos estado presentando lo que pasó con todos ellos. Cuando Yrigoyen conquistó la Ley Saenz Peña, el flamante votante libre, un hombre un voto, votó a Yrigoyen, porque pensó que, frente a los conservadores que enriquecían a los ricos en los tiempos en que la Argentina era el granero del mundo, mantenían en la pobreza y en la carencia absoluta de leyes laborales efectivas a las clases populares. Los radicales, en cambio, habían inventado el “pan radical” aún antes de ser gobierno, y además habían conseguido el voto secreto y “universal”. De ellos cabía esperar mucho más. Y allí fue cada votante a constituir una masa electoral que votó por Yrigoyen. La mayoría que lo consagró presidente por 1° vez ¿votaba con el sentimiento? ¿o votaba también con el pensamiento? Las “clases superiores” pensaron siempre que Yrigoyen era un demagogo que seducía a la chusma. Las clases “inferiores”, desde maestros, empleados municipales, empleados de comercio, metalúrgicos, carpinteros, estibadores, etcétera, no pensaban lo mismo. Yrigoyen, en los sucesivos años, mostró que defendía las razones de los trabajadores, frente a las amarretas razones de los patrones. Detengamos el ojo ahora: Yrigoyen fue el responsable político de las muertes de la Semana Trágica y se hizo el distraído cuando ocurrió la masacre de la Patagonia, cuando pudo haberlas evitado. Sin embargo, cuando había que votar, los trabajadores lo elegían a él: ¿pensaban que “el Peludo” no sabía nada de esas matanzas? O ¿pensaban que, a pesar de todo, aunque no mucho, el Presidente era el que les daba algo? Era él el que hacía retroceder dos años y fijaba el precio de los alquileres en el inflacionario 1923, les conseguía también un retroceso de las horas de trabajo de 11 a 9 hs. por día, el descanso los días domingos, regulaba el precio de la carne, sólo dejaba exportarla cuando el mercado interno estaba satisfecho, etc.

Pero las clases populares tuvieron frente a sí otras propuestas. Los anarquistas recién llegados de Europa, propusieron formar cooperativas y no fue sólo sintiendo, sino también pensando, que la adhesión popular hizo brotar cooperativas por todos lados. El anarquismo, junto con el socialismo, propusieron agremiarse para mejor disputar con la tacañería patronal, por derechos laborales que no se tenían. Y los trabajadores se agremiaron, y eligieron en asamblea a sus dirigentes. Los dirigentes anarquistas y socialistas propusieron las huelgas como método de lucha y los trabajadores fueron a la huelga una y otra vez, cientos de huelgas. Las primeras fracasaban una tras otra. Pero cuando Yrigoyen llegó a presidente, la suerte de las huelgas cambió rotundamente: con la mediación del gobierno, los trabajadores obtuvieron sus primeras conquistas. Así que no fueron puras motivaciones sentimentales, sino un puro cálculo de beneficios, el que hizo que las clases populares votaran sistemáticamente a las listas radicales.

Vale la pena ponerle la lupa aquí a la cuestión ideológica. Los anarquistas tenían una ideología (Bakunin, Kropotkin) lo cual hacía que sus militantes fueran particularmente lectores, tenaces y comprometidos. Pero el pueblo llano, que se sumaba a las huelgas, no leía a Bakunín y no creía, nunca creyó, que con huelgas generales y bombas se pudiera destruir el Estado, los ejércitos, las iglesias y que todo eso se pudiera conseguir en todo el mundo en pocos años. En cuanto a las huelgas, conducidas por los anarquistas, siempre terminaban a los tiros, y a los muertos los ponían los trabajadores. Cómo no iban a pensar que daba mejores resultados la combinación de un sindicalismo puro, sin compromiso político ni idelógico, con la política “obrerista” de Yrigoyen, que presentaba como ideología el republicanismo y decía representar a la nación entera. Ningún Bakunín, ningún “Manifiesto Comunista”, ningún Marx y Engels. Pero así nació la FORA del noveno congreso, la del sindicalismo puro, apolítico. Así terminaron los anarquistas, militantes apasionados, recurriendo a la violencia terrorista y al robo de bancos, desilusionados de este “pueblo de ignorantes y con espíritu de esclavos” como escribió Diego Abad de Santillán, el anarquista e historiador del anarquismo, que llegó a comprender, recién en su vejez, que el anarquismo violento fue una trágica equivocación. Lo mismo terminó pasándoles en todo el mundo. El pueblo ignorante y esclavo lo había entendido mucho antes.

En cuanto a los socialistas del partido socialista, vivían presentando proyectos de leyes laborales en las cámaras, como también las presentaba Yrigoyen, y terminaban empantanadas allí sin convertirse nunca en leyes vigentes. “Obras son amores y no buenas razones” es un refrán popular que muestra el pragmatismo esencial del modo popular de pensar. Por eso ni los socialistas, ni los demócrata progresistas de Lisandro de La Torre, ni ningún gobierno populista que no le de beneficios a las masas populares, pudieron o pueden creer seriamente, que éstas los van a apoyar, que van a salir a la calle a manifestarse en masa, o los van a votar mayoritariamente para ponerlos en el gobierno. En cuanto a los sindicalistas socialistas, en cambio, les iba muy bien, competían con los sindicalistas puros y los comunistas por la conducción de muchos sindicatos. En la década del treinta llegarían a ser mayoritarios. Pero ¡ay!: ya no estaba el presidente Yrigoyen sino los gobiernos fraudulentos, por eso les iba a empezar a ir muy mal, ya lo veremos.

Terminemos exponiendo la oferta comunista. Cuando en octubre de 1917 triunfó Lenin en Rusia e instaló el comunismo, es decir abolió la propiedad privada de los medios de producción y creó las granjas de propiedad colectiva llamadas soviets, la novedad removió el avispero en todo el mundo y las clases populares y los idealistas de cualquier clase, los poetas y los artistas, se pusieron a soñar con entusiasmo: llegaba otra vez la era de la libertad, igualdad y fraternidad. Pero cuando Lenin puso en práctica la recomendación de Marx de que había que imponer primero una fase de dictadura del proletariado, los anarquistas denunciaron que eso era en realidad deponer la dictadura del zar para instalar la dictadura del partido comunista. Respuesta de Lenin: fusilar y encarcelar anarquistas. Las cárceles de Siberia se llenarían ahora con anarquistas, como antes se llenaban con comunistas. El entusiasmo súbito de las masas populares argentinas con el comunismo, se desvaneció también súbitamente y nunca más volvió: “obras son amores y no buenas razones”, ellas no estaban dispuestas a esperar setenta años para recién entonces concluir que el comunismo había sido un fracaso y que más convenía abolirlo. El comunismo quedó en la Argentina para hacer de cuco: cualquier pensamiento crítico será por mucho tiempo tildado de “comunista”. Dicho de otro modo: el pueblo argentino no fue el pueblo ruso y se mantuvo populista. Se le venían tiempos duros: los tiempos de la gran crisis del 30 y de La Década Infame, e Yrigoyen estaba muerto y sepultado y les dejaba a Marcelo T. que era un pelotudo importante.-

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